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quinta-feira, 25 de outubro de 2012
Ode a la critica...
Yo escribí cinco versos:
uno verde,
otro era un pan redondo,
el tercero una casa levantándose,
el cuarto era un anillo,
el quinto verso era
corto como un relampago
y al escribirlo
me dejó en la razón su quemadura.
Y bien, los hombres,
las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera,
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños.
En una línea de mi poesia
secaron ropa al viento.
Comieron
mis palabras,
las guardaron
junto a la cabecera,
vivieron con un verso,
con la luz que salió de mi costado.
Entonces
llegó un crítico mudo
y otro lleno de lenguas,
y otros,
otros llegaron
ciegos
o llenos de ojos,
elegantes algunos
como claveles con zapatos rojos,
otros estrictamente
vestidos de cadáveres,
algunos partidarios
del rey y su elevada monarquía,
otros se habían
enredado en la frente
de Marx y pataleaban en su barba,
otros eran ingleses,
sencillamente ingleses,
y entre todos
se lanzaron
con dientes y cuchillos,
con diccionarios y otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía,
a las sencillas gentes
que la amaban:
Y la hicieron embudos, la enrollaron,
la sujetaron con cien alfileres,
la cubrieron con polvo de esqueleto,
la llenaron de tinta,
la escupieron
con suave
beningnidad de gatos,
la destinaron a envolver relojes,
la protegieron
y la condenaron,
le arrimaron petróleo,
le dedicaron húmedos tratados,
la cocieron con leche,
le agregaron pequeñas piedrecitas,
fueron borrándole vocales,
fueron matándole sílabas y suspiros,
la arrugaron e hicieron
un pequeño paquete,
que destinaron cuidadosamente
a sus desvanes,
a sus cementerios,
luego
se retiraron uno a uno
enfurecidos hasta la locura
porque no fui bastante
popular para ellos
o impregnados de dulce menosprecio
por mi ordinaria falta de tinieblas,
se retiraron
todos
y entonces,
otra vez,
junto a mi poesía
volvieron a vivir
mujeres y hombres,
de nuevo
hicieron fuego,
construyeron casas,
comieron pan,
se repartieron la luz,
y en el amor unieron
relámpago y anillo.
Y ahora,
perdonadme, señores
que interrumpa este cuento
que les estoy contando
y me vaya a vivir
para siempre
con la gente sencilla...
.
.
.
Pablo Neruda...
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